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jueves, 27 de abril de 2023

Migrante venezolana agradece a Dios tras cruzar una de las selvas más peligrosas del mundo



, 27 Abr. 23 (ACI Prensa).- Daisy Sandoval es una joven de 25 años, madre soltera, que en febrero de este año partió de Venezuela en búsqueda del “sueño americano”. Con la confianza puesta en Dios, y acompañada de un grupo de amigos, dejó su país y a sus seres queridos.

En diálogo con ACI Prensa, Daisy cuenta que para salir de su país tuvieron “que atravesar el mar en lancha, fue un viaje de una hora y media”, hasta llegar al pueblo de Necoclí (Colombia).

Desde ahí, señaló, “partimos cerca de 1.000 migrantes para ingresar a la selva del Darién”.

“Esta selva separa Colombia de Panamá. Es el paso más peligroso de Latinoamérica para llegar hasta Estados Unidos. El segundo más peligroso es Nicaragua”, narró.

“Hay muchos abismos, el calor es tremendo y húmedo. Me llamó la atención que había muchos migrantes no sólo latinoamericanos”, sino también personas que llegaban desde India así, como de países árabes y del continente africano.

La región conocida como el tapón del Darién es un área selvática y pantanosa de unos 17 mil kilómetros cuadrados. Se encuentra entre Centroamérica y América del Sur, a lo largo del territorio de Panamá y Colombia.

Cruzar la región es sumamente difícil, y es la única zona en la que se interrumpe la Carretera Panamericana, que cruza casi toda América, desde Argentina hasta Alaska (Estados Unidos).

El tapón del Darién es considerada una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo, y quienes deciden cruzarlo pueden demorar hasta 10 días. Según las autoridades panameñas, en 2023 cruzaron esta región más de 87 mil personas.

En 2022 sumaron más de 248 mil los migrantes indocumentados que ingresaron a Panamá atravesando el tapón del Darién.

Caminar con Dios

“Cuando uno sale de la casa, uno sale encomendando a Dios para que le salgan las cosas bien. Si uno hiciera las cosas sin Dios, nada sería perfecto. En cambio, estando con Dios todo sale perfecto según sus planes, todo Él se lo coloca a uno diciendo: Mira, este tu camino, pasa por aquí, haz esto. Todo es más fácil caminando con la mano de Dios”, aseguró.

Daisy comparte que su viaje le ha costado “cerca de 2.500 dólares”. Juntar ese dinero viviendo en Venezuela, aseguró, es “imposible”, por lo que años antes tuvo que trabajar “en Chile y luego me volví a Venezuela para volver a salir”.

Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados (ACNUR), “más de 7 millones de personas han dejado Venezuela buscando protección y una vida mejor”, y más de 1 millón de venezolanos han solicitado asilo en distintas partes del mundo, mientras que otros 211 mil son reconocidos como refugiados.

Daisy aseguró que “en Panamá llegamos a una oficina de la ONU, donde nos daban comida y transporte. Tuve miedo de pasar por Nicaragua, porque además de la guerra hay mucha vigilancia y mucho tráfico de personas”.

“Cuando llegamos a México por la frontera de Guatemala, entramos por Chiapas”, relató Daisy, que había llegado hasta allí con otras nueve personas. Tomaron luego la decisión de ir a Ciudad de México, a más de 800 kilómetros de distancia, en autobús.

Les dijeron que podían comprar los boletos por teléfono y que sólo hicieran una transferencia bancaria yendo a cualquier tienda de autoservicio. Hicieron el pago por las 10 personas, 40 mil pesos (unos 2 mil dólares estadounidenses). Cuando buscaron el autobús, este no existía.

Tomaron otro bus, pero poco después de iniciar el viaje “nos paró la policía y nos metió a la cárcel por indocumentados”, lamentó Daisy, e indicó que luego de estar dos días en prisión lograron salir y llegaron finalmente a Ciudad de México.

“A la semana de estar aquí, con mucho miedo y con amigos, nos fuimos a la Basílica de Guadalupe. Se cumplió uno de mis grandes sueños: poder visitar a la Morenita del Tepeyac”, aseguró.

Alcanzando el “sueño americano”

“Después de tres semanas en México, gracias a Dios pude sacar un permiso especial para entrar a Estados Unidos. No es un permiso humanitario. Luego me dejarán pedir asilo”, narró.

“Por fin, logré ‘mi sueño americano’ el 16 de abril de este año. Entré por Ciudad Juárez, con un poco de miedo, pero siempre encomendándome a Dios y a María Santísima de Guadalupe”, dijo Daisy.

Daisy alentó a otros como ella, y a quien se enfrente a una situación complicada, a repetir una frase de San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, que siempre la acompañó: “Recuérdalo bien y siempre: aunque alguna vez parezca que todo se viene abajo, ¡no se viene abajo nada! Porque Dios no pierde batallas’”.

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