VATICANO, 14 Dic. 22 (ACI Prensa).- El Papa Francisco dedicó su catequesis al tema de la importancia de la vigilancia en la Audiencia General de este miércoles 14 de diciembre.
“Cada uno puede también verificarlo pensando en la propia historia personal. No basta con hacer un buen discernimiento y realizar una buena elección. No basta, es necesario permanecer vigilantes. Custodiar esta gracia que Dios nos ha dado… porque el demonio sabe disfrazarse de ángel, entra con palabras corteses, te convence y, al final, se está peor que al principio”, dijo el Santo Padre.
A continuación, la catequesis pronunciada por el Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Ya entramos en la fase final de este recorrido de catequesis sobre el discernimiento. Iniciamos por el ejemplo de San Ignacio de Loyola; después consideramos los elementos del discernimiento – es decir la oración, el conocerse a uno mismo, el deseo y el “libro de la vida”-; nos detuvimos en la desolación y la consolación, que forman la “materia”, y así hemos llegado a la confirmación de la elección hecha.
Considero necesario incluir en este punto la referencia a una actitud esencial para que no se pierda todo el trabajo realizado para discernir lo mejor y tomar la decisión correcta: la actitud de la vigilancia.
Hemos hecho el discernimiento, consolación, desolación, hemos elegido algo, pero ahora, velar. La actitud de la vigilancia.
Porque de hecho el riesgo está, como hemos escuchado en el pasaje del Evangelio que se ha leído. El riesgo está, y es que el “aguafiestas”, es decir el Maligno, puede arruinarlo todo, haciéndonos volver al punto de partida, es más, en una condición aún peor. Y esto sucede, por eso hay que estar atentos, y vigilar.
Por eso es indispensable estar vigilantes. Por tanto, hoy me ha parecido oportuno destacar esta actitud, que todos necesitamos para que el proceso de discernimiento llegue a buen término y permanezca allí.
En efecto, Jesús en su predicación insiste mucho en el hecho de que el buen discípulo está vigilante, no se duerme, no se deja llevar por la excesiva seguridad cuando las cosas van bien, sino que permanece atento y preparado para hacer el propio deber.
Por ejemplo, en el Evangelio de Lucas, Jesús dice: «Estén ceñidos sus lomos y las lámparas encendidas, y sean como hombres que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que, en cuento llegue y llame, al instante abran. Dichosos los siervos, que el señor al venir encuentre despiertos» (12,35-37). Vigilar para custodiar nuestro corazón y entender qué sucede dentro.
Se trata de la disposición de alma de los cristianos que esperan la venida final del Señor; pero se puede entender también como la actitud ordinaria para tener en la conducta de vida, de forma que nuestras buenas elecciones, realizadas a veces después de un arduo discernimiento, puedan proseguir de forma perseverante y coherente y dar fruto.
Si falta la vigilancia, es muy fuerte, como decíamos, el riesgo de que se pierda todo. No se trata de un peligro de tipo psicológico, sino de tipo espiritual, una verdadera insidia del mal espíritu. Este, de hecho, espera precisamente el momento en el que estamos demasiado seguros de nosotros mismos, -y este es el peligro, estoy seguro de mí mismo, he ganado, ahora estoy bien, ese es el momento que él espera- cuando todo va bien, cuando las cosas van “en alza” y tenemos, como se dice, “el viento en popa”.
De hecho, en la pequeña parábola evangélica que hemos escuchado, se dice que el espíritu impuro, cuando vuelve a la casa de la que había salido, «la encuentra desocupada, barrida y en orden» (Mt 12,44). Todo está bien, todo está en orden, pero ¿el dueño de la casa dónde está? No está. No hay nadie que la vigile, que la custodie. Este es el problema. El dueño de la casa no está, ha salido, se ha distraído; o está en casa, pero dormido, y por tanto es como si no estuviera. No está vigilante, no está atento, porque está demasiado seguro de sí y ha perdido la humildad de custodiar el propio corazón. Debemos custodiar siempre nuestra casa, nuestro corazón, y no estar distraídos, porque aquí está el problema, como lo dice la parábola.
Entonces, el espíritu malo puede aprovecharse y volver a esa casa. Pero el Evangelio dice que no vuelve solo, sino junto a otros «siete espíritus peores que él» (v. 45). Una mala compañía, una banda de delincuentes.
Pero – nos preguntamos - ¿cómo es posible que puedan entrar tranquilos? ¿Por qué el dueño no se da cuenta? ¿No había sido tan bueno al hacer el discernimiento? ¿No había recibido también las felicitaciones de sus amigos y de los vecinos por esa casa tan hermosa y elegante, tan ordenada y limpia? Sí, pero quizá precisamente por esto se había enamorado demasiado de la casa, es decir de sí mismo, y había dejado de esperar al Señor, de esperar la venida del Esposo; quizá por miedo a arruinar ese orden ya no acogía a nadie, no invitaba a los pobres, a los sin techo, esos que molestan...
Una cosa es cierta: aquí se trata del orgullo malo, la presunción de ser justos, de ser buenos, de estar bien. Muchas veces escuchamos a uno que dice “yo era malo antes, me convertí, ahora tengo la casa en orden, gracias a Dios” y está tranquilo por esto.
Cuando confiamos demasiado en nosotros mismos y no en la gracia de Dios, entonces el Maligno encuentra la puerta abierta. Entonces organiza la expedición y toma posesión de esa casa. Y Jesús concluye: «Y el final de aquel hombre viene a ser peor que el principio» (v. 45).
¿El propietario no se da cuenta? No. Porque estos son los “demonios educados”, entran sin que tú te des cuenta, tocan la puerta, son educados, “va bien, entra”, y al final, mandan ellos en tu alma. Estén atentos a estos diablitos, a este demonio, a este “diablo educado”, cuando finge ser un gran señor, porque entra con nuestra (idea) para salirse con la suya. Custodiar la casa de ese engaño, de los demonios educados. Y la mundanidad espiritual va por este camino siempre.
Queridos hermanos y hermanas, parece imposible, pero es así. Muchas veces, perdemos las batallas por esta falta de vigilancia. Muchas veces, quizá, el Señor ha dado tantas gracias y, al final, no somos capaces de perseverar en esta gracia y perdemos todo, porque nos falta la vigilancia, no hemos custodiado las puertas, y luego hemos sido engañados de alguno educado que entra y… adiós. El diablo tiene estas cosas.
Cada uno puede también verificarlo pensando en la propia historia personal. No basta con hacer un buen discernimiento y realizar una buena elección. No basta, es necesario permanecer vigilantes. Custodiar esta gracia que Dios nos ha dado, pero vigilar, porque tú me puedes decir “cuando veo algún desorden me doy cuenta inmediatamente que es el diablo, que es una tentación…”. Sí, pero esta vez viene disfrazado de ángel. El demonio sabe disfrazarse de ángel, entra con palabras corteses, te convence y, al final, está peor que al principio.
Es necesario permanecer vigilantes, vigilar el corazón. Si yo preguntara a cada uno de nosotros, y también a mí mismo, ¿qué está sucediendo en tu corazón? Quizá, no sabríamos decir todo, diríamos una o dos cosas, pero no todo. Vigilar el corazón porque la vigilancia es signo de sabiduría, es signo sobre todo de humildad, porque tenemos miedo de caer, y la humildad es el camino maestro de la vida cristiana. Gracias.
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