VATICANO, 16 Nov. 22 (ACI Prensa).- A Roma llegan millones de turistas cada año para admirar su belleza eterna. Sin embargo, existe una Roma “invisible”, oculta a los ojos de aquellos visitantes con billete de retorno.
Más allá de sus imponentes catedrales, sus calles de película y fascinantes museos, en la capital italiana hay un mundo escondido, formado por jóvenes sin rumbo que encuentran su camino gracias a personas como la Hermana María José.
Esta religiosa de la Comunidad Misioneras de Cristo Resucitado, en Argentina, realizó los votos con tan solo 19 años y hace ya 18 que dejó su natal Buenos Aires para continuar su misión en Roma.
María José Rey Merodio comenzó ayudando en la pastoral juvenil de la Universidad Sapienza, donde las misioneras de su comunidad trabajaban sobre todo en los ámbitos de la medicina y psicología.
El mundo en una estación de trenSin embargo, pronto se dio cuenta de que Dios le llamaba a ir más allá, y ayudar a otros jóvenes menos afortunados, aquellos que vivían en la estación de tren Tiburtina y que apenas tenían para comer.
Al comprender las necesidades de estas personas sin hogar, jóvenes universitarios y las religiosas comenzaron a hacer voluntariado y cada sábado cocinaban pasta para llevársela a los más pobres.
“Allí conocí todo un mundo, que es el mundo de la calle. Es un espacio donde se cruzan muchas personas y donde hay un gran movimiento que refleja lo que está sucediendo en el mundo”, contó María José a ACI Prensa.
Explicó además que durante 6 años seguidos fue cada sábado a la estación de tren, donde pudo comprobar “todos los flujos migratorios, y aunque también vi muchos italianos, lo que más me sorprendió fueron los jóvenes refugiados”, señaló.
“Para nosotros llevar un plato de pasta era la excusa para entrar en relación. El objetivo no era alimentar la mayor cantidad de gente posible, sino tener un lugar fijo donde establecer relaciones”, contó la misionera.
Explicó que estas personas llegaban de lugares como Etiopía o Eritrea y eran sobre todo jóvenes “que solo querían hablar”.
“Descubrí un mundo nuevo, la otra Roma, que no es la Roma turística y fascinante, sino esa Roma que camina por debajo y que tiene también tantas fragilidades y situaciones de vulnerabilidad”, explicó.
Esta situación abrió los ojos de las hermanas misioneras, quienes comprendieron la necesidad de dar visibilidad a este mundo y por ello, con ayuda de Dios, el voluntariado se hizo cada vez más grande.
“Me preguntaba: ¿Quién se ocupa de estos jóvenes? Y de la compasión humana y de la amistad gratuita, Dios fue trazando el camino”.
Una capital europea como lugar de misiónActualmente, tres Hermanas de su comunidad viven en la Casa General de los Salesianos de Don Bosco, en la parte trasera de la importante Basílica del Sacro Cuore.
Es allí donde las misioneras y voluntarios de diferentes nacionalidades participan en el proyecto misionero Sacro Cuore, “una experiencia de resurrección para los jóvenes del mundo”.
Es en estas instalaciones donde imparten clases de italiano, talleres de integración y orientación al trabajo, clases de cocina y otras actividades deportivas, visitas a museos, paseos, etc.
“El encuentro entre jóvenes italianos y refugiados es algo muy fructuoso para el crecimiento y sentido de la vida de ambos. Todos tenemos algo que dar y todos necesitamos recibir”, aseguró la Hermana.
“Para mí es una gracia -continuó María José-, Dios me puso en un lugar donde puedo ver a personas que vienen de todo el mundo y eso es una gracia para quien tiene un corazón misionero”.
Reconocer en el amor el rostro de Jesús“Ellos se preguntan por qué reciben esto libremente y algunos tienen un encuentro con Jesús. También les invitamos a adoración con Jesús y muchos quieren conocerle. Ha habido algunos bautismos”, contó la misionera a ACI Prensa.
“Nuestro deseo -concluyó la Hermana-, es que sea una experiencia que antes o después les pueda llevar a conocer el rostro de Jesús, que es la fuente del amor que circula por aquí”.
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