, 09 Feb. 23 (ACI Prensa).- ACI Prensa entrevistó a Mons. Charles J. Chaput, Arzobispo Emérito de Filadelfia, sobre las polémicas y confusiones surgidas alrededor del camino sinodal que se está viviendo en la Iglesia. El Arzobispo norteamericano, que ha participado en numerosas asambleas sinodales durante tres pontificados, incluido el Sínodo sobre la Familia de 2015 al que asistió como representante del episcopado estadounidense, es una de las voces más autorizadas sobre el tema.
¿Cuál es su reacción a los recientes pronunciamientos de los organizadores del Sínodo que han pedido a las asambleas continentales que no "impongan una agenda" en las discusiones?
La única agenda digna para el Sínodo es la que nos entrega Jesús en los Evangelios. La Iglesia, ahora mismo, es una casa dividida. Tanto la “izquierda” como la “derecha” eclesial tienen sus agendas. Las reuniones de la Iglesia deben servir para proclamar el Evangelio, y no para promover una ideología particular o un análisis sociológico.
El presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, Mons. Georg Bätzing, ha señalado que su tarea es conducir “un proceso mundial que pretende renovar a la Iglesia” y que “Nosotros [la Iglesia] necesitamos respuestas convincentes sobre cómo podemos redescubrir y proclamar el Evangelio". Esto viene acompañado por un “camino sinodal” alemán y una mayoría de obispos alemanes que aboga por la bendición de las uniones del mismo sexo, la redefinición del sacerdocio y el diaconado, incluyendo la ordenación de mujeres, el permitir la Comunión abierta con los protestantes y quienes están en una situación matrimonial irregular, además de otros cambios doctrinales. ¿Cuál es su reacción ante estas propuestas como respuestas supuestamente convincentes para proclamar el Evangelio?
La Iglesia siempre ha dado respuestas convincentes. Son convincentes porque son ciertas; no siempre fáciles o bienvenidas, pero vivificantes y verdaderas. Eso es lo que explica el éxito del cristianismo a través del tiempo. Lo que renovará a la Iglesia será volver a los fundamentos; no respuestas que parezcan convenientes para los tiempos, pero violen la creencia católica.
Recientemente, el Cardenal estadounidense Robert McElroy se hizo eco en los medios de comunicación de muchas de las mismas ideas [alemanas], lo que provocó una respuesta del Arzobispo estadounidense Samuel Aquila y del Cardenal africano Wilfred Napier, quienes creían que McElroy omitió el llamado de Jesús a "arrepentirse y creer en el Evangelio". ¿Cuál es su reacción a la crítica global a estos puntos de vista?
El Cardenal McElroy escribió clara y valientemente sobre sus convicciones. Desgraciadamente muchas de sus convicciones son erróneas y contrarias a la fe de la Iglesia. Me sorprende –y, lo que es peor: mucha gente buena está confundida y escandalizada- que no haya sido corregido públicamente por la Santa Sede.
América Latina constituye actualmente el 40% de la población católica mundial, pero ha dicho muy poco sobre el tema de la sinodalidad. ¿Qué opina del relativo silencio de América Latina con respecto al Sínodo sobre la Sinodalidad?
No sería apropiado comentar al respecto, porque ellos conocen sus circunstancias pastorales mucho mejor que yo.
¿Qué aliento les daría a sus hermanos obispos latinoamericanos durante este proceso sinodal?
Les recuerdo a todos los obispos, no solo a mis hermanos en América Latina, que nuestra única responsabilidad como obispos es proclamar y proteger la Tradición Apostólica de la Iglesia. Puede que necesitemos o no hacerlo de formas nuevas y creativas, pero a un nivel fundamental, necesitamos proteger la fe de la distorsión y transmitirla a otros, total y efectivamente, tal como la hemos recibido.
Las dimensiones sociológicas y políticas del próximo Sínodo son sorprendentemente similares a las que se encuentran dentro de la Teología de la Liberación. El difunto Cardenal George Pell calificó recientemente al Sínodo sobre la Sinodalidad de “neomarxista”. ¿Qué pueden enseñar las batallas en América Latina sobre la Teología de la Liberación al resto de la Iglesia respecto a los peligros de rechazar la paradoja de que los cristianos deben buscar primero el Reino de los Cielos?
Es importante separar lo bueno de lo malo en la Teología de la Liberación, tal como lo hizo Benedicto XVI en la década de 1980 cuando dirigió la Congregación para la Doctrina de la Fe como Cardenal Joseph Ratzinger. La Iglesia tiene una preocupación profunda y preferencial por los pobres. Lo mejor de la Teología de la Liberación capta de forma muy poderosa esa preocupación. Pero como escuela de pensamiento, así como en su aplicación práctica, ha sido vulnerable a las ideas y métodos marxistas, que se alimentan del odio de clase y se concentran en el poder. El Cardenal Pell vio un espíritu de manipulación similar en ciertos aspectos del actual proceso sinodal. Pero ya antes se había sentido incómodo con esas cosas. Nos reunimos varias veces durante el Sínodo de 2015 sobre la familia, por ejemplo. Ya entonces estaba preocupado por el grado inusual de manipulación de la agenda del Sínodo, algo que yo también vi de primera mano.
La secularización es un tema común en América Latina, Europa y los Estados Unidos. ¿Es el secularismo el mayor desafío de la Iglesia? ¿Qué otros peligros importantes enfrentamos, especialmente en relación con el proceso sinodal?
La secularización es una de esas palabras mágicas que implica un proceso social inevitable. [Pero] no hay nada inevitable al respecto. La gente la elige porque es el camino fácil y materialmente gratificante. Todos luchamos contra el deseo de imitar “al mundo”. Esta ha sido una tentación desde que el demonio le ofreció a Jesús darle el mundo. Y es especialmente tentador para líderes como obispos y sacerdotes en la Iglesia o políticos en el orden secular. Los líderes políticos católicos ignoran o traicionan la fe todo el tiempo para complacer a sus electores y permanecer en el poder. Aquí, en nuestro propio país (Estados Unidos), lo vimos recientemente en el discurso anual del Estado de la Unión, donde un presidente "católico", Biden, prometió apoyar el acceso total al aborto en cualquier momento. En el proceso sinodal, la tentación aparecerá, y de alguna manera ya se ha manifestado, en el intento de “hacer las paces” con los comportamientos y creencias mundanas que contradicen directamente las enseñanzas de Jesús y de su Iglesia.
En su opinión, ¿cuáles son las mayores áreas de reforma necesarias para renovar la Iglesia?
Nosotros; todos nosotros. Nosotros somos el problema. Las estructuras y las políticas son importantes, pero las personas son decisivas. En cierto sentido, el enfoque de la verdadera reforma de la Iglesia es siempre el mismo: tú y yo. Es así de simple, y también así de difícil. A nadie le gusta cambiar, porque es duro. Y la esencia de la conversión es un cambio radical en la forma en que pensamos y vivimos. En su raíz hebrea, “santo” no significa “bueno”, aunque las personas santas siempre son buenas. Santo significa “diferente de” y “separado de”. Los cristianos están destinados a ser diferentes y distintos de los caminos del mundo. Entonces, si queremos reformar a la Iglesia, primero debemos reformarnos a nosotros mismos.
A lo largo de este proceso se han hecho muchas propuestas confusas sobre la forma en que un católico debe seguir a Jesús. En ocasiones, el Santo Padre ha intervenido y advertido que no sigan el camino alemán, señalando que Alemania “ya tiene una gran Iglesia protestante, pero no quiero otra”. ¿Cómo sabe un católico común que está viviendo en la Verdad y siguiendo el Camino que Jesús le ordenó?
Si rezas todos los días, lees todos los días un poco de la Palabra de Dios y te mantienes cerca de los sacramentos, definitivamente estás en el Camino. Necesitamos aprender a ignorar el ruido y el conflicto en el mundo, al menos por unas horas. Son distracciones; invitaciones a la confusión y al enfado. Somos responsables de nuestras propias acciones y de las personas que amamos. Si nos enfocamos en hacer bien esas cosas, estamos viviendo en la Verdad.
Muchas de las preguntas planteadas por el Cardenal McElroy y los obispos alemanes giran en torno a lo que constituye una recepción digna de la Eucaristía. ¿Puede aclarar el papel de la conciencia en la determinación de la recepción de la Sagrada Eucaristía? ¿Puede explicar la importancia de una acogida digna para la vida espiritual y la salud de la Iglesia?
Ninguno de nosotros es digno de recibir la Eucaristía, pero Jesús nos hace dignos a través del Bautismo y la Confesión. Recibir la Sagrada Comunión exige que primero estemos en comunión con Jesús, su Iglesia y la enseñanza católica. Es una farsa recibir la Sagrada Comunión si rechazamos o ignoramos las enseñanzas de Jesús y su Iglesia. El primer papel de nuestra conciencia es mantenernos honestos. Y estamos obligados, si nos tomamos en serio nuestra fe, a formar nuestra conciencia de acuerdo con la sabiduría de la Iglesia. Si no podemos hacer eso, entonces debemos ser lo suficientemente honestos para admitirlo y no recibir la Sagrada Comunión.
El Cardenal estadounidense Joseph Tobin ha declarado que de lo que se trata es del proceso de “cómo caminamos juntos” más que de los resultados doctrinales. ¿Cuál es su reacción frente a esta declaración?
El “proceso” central en la vida cristiana es el de dejarse formar por Jesucristo y su Iglesia. Un proceso siempre tiene un propósito y un contenido. Simplemente “caminar juntos” no es suficiente. El acompañamiento no es suficiente. Necesitamos caminar en la dirección correcta y llegar al destino correcto. Hace poco un amigo sacerdote me comentó que la única vez que la raíz griega de la palabra sinodalidad aparece en el Nuevo Testamento es en el pasaje en el que María y José están en la caravana (syn + hodos = “juntos, viajando”) de Lucas 2,41-45. Al volver a casa desde Jerusalén, no pueden encontrar a Jesús entre sus compañeros de viaje. Así que invierten el rumbo hasta que lo encuentran. Del mismo modo, debemos asegurarnos de que Jesús esté con nosotros a la cabeza y en el centro de nuestro caminar sinodal juntos, y no que se imponga una agenda ajena que utiliza a la Iglesia para sus propios fines y nos lleva en la dirección equivocada.
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