REDACCIÓN CENTRAL, 27 Sep. 20 (ACI Prensa).- “Si se invoca a la Madre de Dios y se la toma como Patrona en las cosas importantes, no puede ocurrir sino que todo vaya bien y redunde en gloria del buen Jesús, su Hijo”, decía San Vicente de Paul, Patrono de las obras de caridad y fundador de la Congregación de la Misión (Vicentinos) y de las Hijas de la Caridad.
San Vicente nació en Francia en 1581, en una familia de campesinos. Siendo adolescente fue enviado al colegio de los franciscanos en la próspera ciudad de Dax. Allí se entregó de lleno a los estudios. Recibió la tonsura y las órdenes menores para luego ingresar a la universidad de Toulouse, donde estudió teología. Antes de fallecer, su padre destinó que sus bienes sirvieran para pagar sus estudios, pero el joven Vicente prefirió renunciar a ellos y decidió vérselas por sí mismo, de manera que empezó a trabajar como educador en un colegio.
Fue ordenado sacerdote en 1600 con tan solo diecinueve años y se le asignó una parroquia para que se encargue de ella. De acuerdo al código de derecho canónico, su corta edad le impedía asumir una responsabilidad de esa naturaleza, por lo que renunció a ella y prefirió continuar sus estudios. Para lograr dicho cometido, Vicente necesitaba de dinero. Fue entonces que recibió el anuncio de que una anciana dama de Toulouse le había dejado una herencia. Vicente se embarcó rumbo a Marsella para cobrarla. Lamentablemente, cuando se embarcó de regreso, el barco fue atacado por piratas turcos y Vicente fue hecho prisionero.
Varios de sus biógrafos dan cuenta de que fue vendido como esclavo y que estuvo al servicio de un pescador, luego de un médico y finalmente de un cristiano apóstata, exfraile franciscano. A este último, Vicente logró convertirlo de nuevo a la fe cristiana -había adoptado el Islam- y así, pudo regresar junto con él rumbo a París.
Después de retomar el ejercicio sacerdotal, Vicente fue nombrado como párroco, pero tuvo que pasar por abundantes penurias económicas. Providencialmente, a través de un amigo suyo, consiguió el empleo de preceptor de una ilustre familia lugareña. Es en medio de estas circunstancias que Vicente empieza a decantar la profundidad del Evangelio y la exigencia cristiana de vivir la caridad radicalmente, especialmente con los más necesitados.
Vicente empezó con mayor celo a estar disponible para atender moribundos, gente abandonada, enfermos. Empezó a frecuentar lugares remotos con el propósito de atender a quien lo requería. Sabía muy bien que Dios en su ternura no podía olvidarse del más necesitado.
Su experiencia de vida al servicio del Señor le infundió en el corazón el deseo de organizar una congregación que se ocupase de administrar principalmente obras de caridad. Así, Vicente fundó la Congregación de la Misión. Ser misionero para él era algo que debía sostenerse en la oración dedicada y constante. Su tiempo como preceptor -y la buena formación teológica que recibió- lo inspiró para que los miembros de la congregación se dediquen también a la formación del clero. Después, junto a Santa Luisa de Marillac, fundaría la Compañía de las Hijas de la Caridad. Para San Vicente, además de la oración, era indispensable el cultivo de la virtud de la humildad. Esta debería ser la primera cualidad de los sacerdotes misioneros.
San Vicente tuvo la oportunidad de conocer a San Francisco de Sales, obispo, quien le encargó la capellanía de las Visitandinas (Orden de la Visitación) de París y la dirección espiritual de Santa Juana de Chantal. Asimismo, se desempeñó como consejero de autoridades y gobernantes.
Vicente fue verdadero amigo de los desposeídos y celoso apóstol de su tiempo. Partió a la Casa del Padre el 27 de septiembre de 1660.
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