CIUDAD DE MÉXICO, 31 Jul. 18 (ACI Prensa).- Un día como hoy, 31 de julio de 2002, San Juan Juan Pablo II canonizó a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, el vidente de Nuestra Señora de Guadalupe y primer santo indígena del continente americano.
Al celebrar la Misa en la Basílica de Guadalupe, al pie del cerro del Tepeyac, donde se apareció Santa María en 1531, San Juan Pablo II aseguró que “con gran gozo he peregrinado hasta esta Basílica de Guadalupe, corazón mariano de México y de América, para proclamar la santidad de Juan Diego Cuauhtlatoatzin, el indio sencillo y humilde que contempló el rostro dulce y sereno de la Virgen del Tepeyac, tan querido por los pueblos de México”.
“¿Cómo era Juan Diego? ¿Por qué Dios se fijó en él? El libro del Eclesiástico, como hemos escuchado, nos enseña que solo Dios ‘es poderoso y solo los humildes le dan gloria’. También las palabras de San Pablo proclamadas en esta celebración iluminan este modo divino de actuar la salvación: ‘Dios ha elegido a los insignificantes y despreciados del mundo; de manera que nadie pueda presumir delante de Dios’”.
Juan Diego Cuauhtlatoatzin nació en 1474 en la actual ciudad de Cuautitlán, estado de México, y fue bautizado en 1524, tras la llegada de misioneros franciscanos a la región.
Cuando tenía ya 57 años, entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531, la Virgen de Guadalupe se le apareció en el cerro del Tepeyac, y le pidió decirle a Mons. Juan de Zumárraga, primer Obispo de México, que le construya un templo en ese lugar.
Ante la incredulidad del prelado, Santa María le encomendó llevarle en su sencilla tilma unas rosas que milagrosamente aparecieron en el cerro.
Cuando San Juan Diego le presentó las rosas a Mons. Zumárraga, la imagen de la Virgen se encontraba impresa en la tilma.
En la ceremonia de canonización, San Juan Pablo II destacó que San Juan Diego, “al acoger el mensaje cristiano sin renunciar a su identidad indígena, descubrió la profunda verdad de la nueva humanidad, en la que todos están llamados a ser hijos de Dios en Cristo”.
“Así facilitó el encuentro fecundo de dos mundos y se convirtió en protagonista de la nueva identidad mexicana, íntimamente unida a la Virgen de Guadalupe, cuyo rostro mestizo expresa su maternidad espiritual que abraza a todos los mexicanos”.
El testimonio de la vida de San Juan Diego, dijo el Papa, “debe seguir impulsando la construcción de la nación mexicana, promover la fraternidad entre todos sus hijos y favorecer cada vez más la reconciliación de México con sus orígenes, sus valores y tradiciones”.
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