VATICANO, 30 Ago. 21 (ACI Prensa).- El Papa Francisco autorizó este 30 de agosto la promulgación del decreto de la Congregación para las Causas de los Santos que reconoce las virtudes heroicas de la Sierva de Dios italiana María Cristina Cella Mocellin, fiel laica y madre de tres hijos, quien murió en 1995 a los 26 años.
María Cristina Cella Mocellin nació el 18 de agosto de 1969 en Cinisello Balsamo (Italia) y falleció en Bassano del Grappa (Italia) el 22 de octubre de 1995.
María Cristina nació en el seno de una familia de sólidos principios cristianos. Desde muy joven fue al oratorio parroquial, donde recibió las bases de la fe católica, y recibió el catecismo de las Hermanas de la Caridad de Santa Juana Antida Thouret.
De adolescente, se comprometió con entusiasmo como catequista y animadora del oratorio, con carácter fuerte y coherente. Durante sus estudios en el bachillerato lingüístico ‘Regina Pacis’ de Cusano Milanese, conoció la comunidad de las Hijas de María Auxiliadora de Don Bosco y comenzó un camino de discernimiento vocacional.
En 1985, mientras estaba de vacaciones con su familia en Valstagna (Vicenza), conoció a Carlo Mocellin y se dio cuenta de que el Señor la llamaba a la vida matrimonial.
En el verano de 1987, cuando acababa de cumplir 18 años, le apareció un sarcoma en la pierna izquierda y fue operada por primera vez el 9 de diciembre.
A pesar de los largos meses de quimioterapia, aprobó brillantemente sus exámenes de bachillerato y se matriculó en la Facultad de Lenguas de la Universidad Católica del Sagrado Corazón de Milán.
El 2 de febrero de 1991, Maria Cristina y Carlos se casaron y vivieron en Carpanè (Vicenza). Después de tener dos hijos, en otoño de 1993, volvió a quedarse embarazada, pero, junto con el embarazo, apareció un nuevo sarcoma en la misma pierna que la había puesto a prueba cinco años antes.
La Sierva de Dios, con el apoyo de su marido, decidió someterse únicamente a un tratamiento médico que no pusiera en peligro la vida del niño. Por ello, en 1994 se sometió a una operación local y sólo después de dar a luz comenzó con el nuevo tratamiento contra el tumor.
Murió el 22 de octubre de 1995 en Bassano del Grappa (Italia), a la edad de 26 años.
Según relata la biografía difundida por la Congregación para las Causas de los Santos, María Cristina “dio siempre un testimonio de fe fuerte y segura, que se tradujo en el compromiso de vivir la voluntad de Dios”.
“Basó su vida en la fidelidad al Señor, en la escucha de su Palabra y en la comprensión hacia todas las personas. Su experiencia heroica de fe la llevó también a experimentar el sufrimiento en un confiado abandono al amor de Dios”.
Además, “vivió la esperanza como una sólida confianza en Dios y en su presencia” y estuvo “segura del amor de Dios por cada persona, al igual que estaba segura de la meta final, el paraíso, al que podía mirar con serenidad”.
“A lo largo de su vida, la Sierva de Dios manifestó un verdadero amor al Señor, que se expresaba en sus palabras, especialmente en su diario, así como en sus opciones de vida. Tuvo mente abierta, cultivó una actitud de preocupación por los demás y sus necesidades. Reconoció en su compromiso con la educación una posibilidad particular de servicio, que vivió como testimonio de la verdad”.
Asimismo, “su caridad heroica se manifestó en particular hacia su esposo Carlos, por quien cultivó un amor profundo y fiel, siempre abierto a la presencia del Señor”.
Antes de morir, María Cristina escribió una carta a su tercer hijo, misiva que demuestra el testimonio heroico de sus virtudes humanas.
A continuación, el texto de la carta que escribió a su tercer hijo:
“Querido Ricardo, debes saber que no estás aquí por casualidad. El Señor quiso que nacieras a pesar de todos los problemas que había. Padre y madre, como se puede comprender, no estaban muy contentos con la idea de esperar otro hijo, ya que Francesco y Lucía eran muy jóvenes. Pero cuando supimos que estabas ahí, te quisimos y te deseamos con todas nuestras fuerzas. Recuerdo el día en que el médico me dijo que seguía diagnosticando un tumor en la ingle. Mi reacción fue repetir varias veces ‘¡estoy embarazada! ¡Estoy embarazada! Pero estoy embarazada, doctor’. Para hacer frente a los temores de ese momento, se nos dio una fuerza de voluntad ilimitada para tenerte. Me resistí a entregarte con todas mis fuerzas, tanto que el médico lo entendió todo y no dijo nada más. Ricardo, eres un regalo para nosotros. Fue esa noche, en el coche de regreso del hospital, cuando te moviste por primera vez. Parecía como si estuvieras diciendo: ‘¡gracias mamá por quererme!’. ¿Y cómo no te vamos a querer? Eres precioso, y cuando te miro y te veo tan bonito, despierto, simpático, pienso que no hay sufrimiento en el mundo que no merezca la pena soportar por un niño. El Señor ha querido llenarnos de alegría: tenemos tres hijos maravillosos, que, si Él quiere, con su gracia, podrán crecer como Él quiere. Sólo puedo dar gracias a Dios, porque ha querido darnos este gran regalo que son nuestros hijos. Sólo Él sabe cómo nos gustarían más, pero por ahora es realmente imposible. Gracias Señor”.
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