REDACCIÓN CENTRAL, 30 May. 21 (ACI Prensa).- “Yo no he hecho nada que no me haya sido ordenado por Dios o por sus ángeles”, respondió, con firmeza y valor, Santa Juana de Arco a sus acusadores. Juana fue la joven campesina analfabeta que se convertiría en el símbolo de una nación, y, una vez reconocida como Santa, en patrona de Francia, gracias al papel que le tocó jugar como líder de la defensa de su nación y de su fe. Su vida fue un testimonio del poder de la oración y del amor a la Iglesia para afrontar los momentos más difíciles de la vida, aún cuando nos sintamos pequeños o incluso cuando nos hallemos en riesgo de perder la vida.
Santa Juana de Arco nació en 1412 en Domrémy (actual Francia). Fue una niña pobre, pero que recibió la riqueza más grande que se puede obtener: la fe en Jesucristo. A pesar de su juventud, siempre se tomó en serio su relación con el Señor. Fue una niña piadosa, dada a la oración, a frecuentar los sacramentos y siempre dispuesta para el servicio de quienes tenían menos que ella. En familia, aprendió la solidaridad y la acogida, el amor al campo y al pastoreo. Como en pueblos como el suyo era frecuente el paso de peregrinos y viajeros, a Juana se le solía ver tratando a los viajeros con amabilidad y caridad cristiana. A pesar de su juventud, Juana ya se había ganado el aprecio de muchos.
Su apacible vida dio un giro violento cuando Inglaterra invadió Francia. Las ciudades y pueblos franceses iban cayendo uno tras otro y Carlos VII, el “Delfín” francés, parecía incapaz de poder contener la invasión. Sus continuos fracasos fueron percibidos como prueba fehaciente de que todo estaba perdido.
En ese contexto, Santa Juana, a sus precoces catorce años, empieza a tener auténticas experiencias místicas. Se le aparecen San Miguel Arcángel, Santa Catalina y Santa Margarita, quienes le encomiendan, en nombre de Dios, salvar a Francia. Dios la envía así a hablar con Carlos VII.
Después de superar todos los obstáculos que se le presentaron, logró tener audiencia con el Delfín francés. Se dice que este se disfrazó para desconcertar a la Santa, pero ella lo ubicó rápidamente. Más adelante Juana -con la venia del Delfín- partió al mando de la expedición que enfrentaría a los ingleses en la ciudad de Orleans. Ella se puso al mando de las huestes del monarca llena de confianza en Dios, portando un estandarte con los nombres de Jesús y de María.
Después de arduos y sangrientos enfrentamientos, la ciudad de Orleans fue recuperada. La victoria fortaleció la figura del Delfín, quien sería coronado pasando a ser el rey Carlos VII. Así Santa Juana terminó con éxito la misión que se le había confiado.
Lo que seguiría después estuvo muy lejos de las victorias militares. La desazón que esto generó produjo tensiones con la realeza y Juana terminó siendo apresada en el campo de batalla por los borgoñones, quienes la vendieron a los ingleses. Es acusada de hechicería y herejía, y después de un juicio sumario en el que no se le concedió el derecho a defensa se determinó que sus revelaciones habían sido diabólicas. Esto significó su condena a muerte.
Santa Juana de Arco sería entregada como hereje y renegada para ser quemada viva. El 30 de mayo de 1431 fue conducida a la plaza del mercado de Rouen donde tuvo lugar su martirio y muerte. Santa Juana de Arco murió mirando la cruz que se alzaba frente a ella, repitiendo con firmeza el santo nombre de Jesús. Tenía tan solo 19 años.
El Papa Calixto III, años más tarde, nombró una comisión para examinar lo sucedido con Juana de Arco. Tuvieron que pasar siglos para que su imagen quede rehabilitada plenamente. Santa Juana de Arco finalmente fue canonizada por Benedicto XV en 1920.
La espada de Santa Juana jamás se tiñó de sangre, su liderazgo fue siempre espiritual: durante las batallas se mantuvo rezando, sostenida de su estandarte.
La Universidad de París, que se arrogaba el derecho de control sobre los asuntos pontificios, y cuyos miembros apoyaron al último antipapa, Félix V, contribuyó al descrédito en el que cayó la figura de la Santa. Por otro lado, Juana de Arco, con su lucha, salvó a Francia de quedar anexada a Inglaterra, con lo que se habría visto envuelta en el cisma de Enrique VIII y la Iglesia anglicana, acontecido tiempo después.
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