REDACCIÓN CENTRAL, 11 Sep. 18 (ACI Prensa).- Cuenta la tradición que por el año 1580 Buga era un pequeño caserío, en el valle del Cauca (Colombia), y que al lado izquierdo del río Buga había un ranchito de paja en el que vivía una india anciana con el oficio de lavandera.
Aquella mujer era muy piadosa y estaba ahorrando dinero para comprarse una imagen de Cristo. El día que iba a llevar su dinero al párroco para que le consiguiera la imagen, pasó llorando un honrado padre de familia, a quien iban a meter a la cárcel porque debía un dinero y no tenía con qué pagarlos.
La buena mujer le dio al pobre necesitado todo su dinero ahorrado y aquel hombre, lleno de alegría, le deseó que Dios la bendijera y le ayudara mucho.
Días después la anciana lavaba ropa en el río cuando una ola llevó hasta ella un pequeño crucifijo de madera. Primero se sorprendió porque por ahí no vivía nadie, pero seguidamente, llena de gozo, se dirigió a su choza e improvisó un pequeño altar en el que colocó al Santo Cristo que le había llegado misteriosamente.
Una noche la mujer oyó golpecitos en el lugar donde se encontraba la imagen y se sorprendió al ver que la imagen había crecido notablemente. Pocos días después se dio cuenta que la imagen tenía ya cerca de un metro de estatura.
Fue y le avisó al Párroco y a los señores más importantes del pueblo, quienes constataron lo que ella les había dicho y que era muy difícil que la anciana hubiera podido conseguir un crucifijo de esas proporciones por lo que no se podía explicar naturalmente la presencia allí de la imagen.
Los devotos empezaron a quitarle pequeños pedazos de madera para llevárselos como reliquia y poco a poco la imagen se fue deformando también porque todos la tocaban con sus manos sudorosas. Por lo que ya no era bien vista por los amigos del arte y causaba repulsión. Entonces llegó un visitador especial que mandó que la imagen fuera quemada y destruida por el fuego.
Al ser echada a las llamas empezó a sudar de tal manera que los vecinos empapaban sus algodones con aquel sudor y se los llevaban como reliquias y obtenían curaciones. Cuando terminó de sudar, la Sagrada imagen se había vuelto más hermosa de lo que estaba antes.
Más adelante el ranchito de la anciana se convirtió en sitio de oración y peregrinación, produciéndose numerosos milagros por lo que la imagen es conocida como “El Señor de los Milagros”.
Después de la muerte de la anciana, con el tiempo, las aguas del río cambiaron de cauce, dejando el sitio libre para que se construya un templo más grande al Santo Cristo, que en un principio era un pequeño edificio llamado la ermita.
En 1907 se erigió y consagró un nuevo templo gracias a las donaciones de los devotos y en 1937 el Papa Pío XI por medio de su secretario, el Cardenal Pacelli (futuro Pío XII), expidió un decreto con el que al templo del Señor de los Milagros de Buga se le concedía título de Basílica. La fiesta de esta milagrosa imagen es el 11 de septiembre.
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