VATICANO, 01 Nov. 20 (ACI Prensa).- “La Solemnidad de hoy, que celebra a Todos los Santos, nos recuerda la vocación personal y universal a la santidad”. Así lo afirmó el Papa Francisco este domingo 1 de noviembre durante el rezo del Ángelus desde el Palacio Apostólico del Vaticano.
Esta fiesta, continuó el Santo Padre, “nos propone los modelos seguros de este camino, que cada uno recorre de manera única e irrepetible, según la ‘fantasía’ del Espíritu Santo. Basta pensar en la inagotable variedad de dones e historias concretas que se dan entre los santos y las santas, que la Iglesia ha reconocido a lo largo de los siglos y que continuamente propone como testigos del único Evangelio”.
En la solemne fiesta de Todos los Santo “la Iglesia nos invita a reflexionar sobre la gran esperanza que se funda en la Resurrección de Cristo. Cristo resucitó y también nosotros estaremos con Él”.
El Pontífice explicó que “los santos y los beatos son los testigos más autorizados de la esperanza cristiana, porque la han vivido plenamente en su existencia, entre alegrías y sufrimientos, poniendo en práctica las Bienaventuranzas que Jesús predicó y que hoy resuenan en la liturgia”.
Según señaló el Papa, las Bienaventuranzas evangélicas son “el camino de la santidad”. En concreto, Francisco se refirió a dos Bienaventuranzas: la segunda y la tercera.
La segunda Bienaventuranza dice: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados”. El Santo Padre señaló que “parecen palabras contradictorias, porque el llanto no es un signo de alegría y felicidad”.
“Motivos de llanto y de sufrimiento son la muerte, la enfermedad, las adversidades morales, el pecado y los errores: simplemente la vida cotidiana, frágil, débil y marcada por las dificultades. Una vida a veces herida y probada por la ingratitud y la incomprensión”.
Sin embargo, “Jesús proclama bienaventurados a los que lloran por estas situaciones y, a pesar de todo, confían en el Señor y se ponen a su sombra. No son indiferentes ni tampoco endurecen sus corazones en el dolor, sino que esperan con paciencia en el consuelo de Dios. Y ese consuelo lo experimentan ya en esta vida”.
En la tercera Bienaventuranza Jesús afirma: “Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra”.
Sobre esta Bienaventuranza, el Papa explicó que “la mansedumbre es característica de Jesús, que dice de sí mismo: ‘Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón’”.
“Mansos son aquellos que tienen dominio de sí mismo, que dejan sitio al otro, que lo escuchan y lo respetan en su forma de vivir, en sus necesidades y en sus demandas. No pretenden someterlo ni menospreciarlo, no quieren sobresalir y dominarlo todo, ni imponer sus ideas e intereses en detrimento de los demás”.
Estas personas, “que la mentalidad mundana no aprecia, son en cambio preciosas a los ojos de Dios, que les da en herencia la tierra prometida, es decir, la vida eterna. También esta bienaventuranza comienza aquí abajo y se cumplirá en el Cielo”.
En su enseñanza, el Papa insistió en que “elegir la pureza, la mansedumbre y la misericordia; elegir confiarse al Señor en la pobreza de espíritu y en la aflicción; esforzarse por la justicia y la paz, significa ir a contracorriente de la mentalidad de este mundo, de la cultura de la posesión, de la diversión sin sentido, de la arrogancia hacia los más débiles”.
“Los santos y los beatos han seguido este camino evangélico”, concluyó el Papa Francisco.
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