REDACCIÓN CENTRAL, 24 Abr. 19 (ACI Prensa).- El autor y analista italiano Giulio Meotti escribió el ensayo “El 68 de los pedófilos”, en el que explica cómo los intelectuales de izquierda de la década de los 60’s y 70’s defendieron y promovieron la pedofilia como parte de la revolución sexual, identificada por Benedicto XVI como el origen de los abusos sexuales en la Iglesia Católica.
En un comentario enviado a ACI Prensa para la publicación de su texto completo este 24 de abril, Meotti afirma que “en el año 2013 decidí escribir este largo ensayo sobre la década de los 60 y la pedofilia, luego de que la Iglesia Católica sufriera un gran ataque por parte de las mismas élites culturales que promovieron” el sexo con niños.
“Me pareció intolerable la hipocresía de estos intelectuales que en 1968 pontificaron sobre la liberación sexual también para los niños y adolescentes. Comencé a investigar y a reconstruir la atmósfera ideológica de aquellos años en Francia y Alemania; y descubrí que muchos pensadores y escritores, así como importantes diarios de izquierda, justificaron la pedofilia como una herramienta para destruir y desmantelar la familia natural”, explica el experto.
Ahora, concluye Meotti, “el Papa Benedicto XVI en un nuevo ensayo se refiere a esos años como lo que son: las raíces culturales de los escándalos sexuales también dentro de la Iglesia Católica. Las fuertes respuestas de estas élites ante este poderoso ensayo prueban que Benedicto tiene razón”.
El ensayo de Meotti fue publicado originalmente en el diario italiano Il Foglio el 13 de septiembre de 2013. Entre otras cosas, el experto recuerda que el 26 de enero de 1977 el diario francés Le Monde lanzó una petición para rebajar la mayoría de edad a 12 años para lograr la “liberación sexual de los niños”.
Conocidos intelectuales firmaron la petición, como los psiconanalistas Gilles Deleuze y Felix Guattari; el fundador de Médicos sin Fronteras, Bernard Kouchner; el filósofo Jean-Paul Sartre y la conocida feminista Simone de Beauvoir.
En su escrito, Meotti toma como base a Alemania, inspirado por la investigación que hizo el semanario Der Spiegel en ese país, donde revistas como Rosa Flieder o Pflasterstrand justificaron la pedofilia y pidieron su despenalización. Las teorías que se defendieron entonces fueron puestas en práctica por algunos institutos educativos para niños y adolescentes.
El título del ensayo de Meotti guarda relación con el Mayo francés o Mayo de 1968, como se conoce a las protestas que se realizaron en Francia durante mayo y junio de ese año, iniciadas por estudiantes de izquierda, a quienes se unieron luego obreros, sindicatos y el Partido Comunista Francés.
Como resultado de las protestas tuvo lugar la mayor revuelta estudiantil y huelga general de la historia de Francia, y posiblemente de Europa occidental (Alemania y Suiza, entre otros países) secundada por más de nueve millones de trabajadores.
Uno de los aspectos que influyó en esta época fue también la revolución sexual, descrita por el Papa Benedicto XVI como el origen de los abusos sexuales en la Iglesia Católica.
A continuación, el texto completo de “El 68 de los pedófilos” de Giulio Meotti:
El 68 de los pedófilos
Una sombra vergonzosa cayó sobre la izquierda alemana, como señala un informe publicado en los últimos días en el semanario Der Spiegel, ya que en los años 80’s numerosas asociaciones de izquierda y de intelectuales que luchaban por los derechos de los homosexuales formaron una especie de alianza con los militantes de la pedofilia.
En julio de 1981, la revista gay Rosa Flieder entrevistó a Olaf Stüben, que en ese entonces se destacaba por su declarado apoyo a la pedofilia. En la entrevista, Stüben reivindicaba abiertamente el derecho a reconocer la pedofilia como “algo sano y moralmente aceptable”. Siendo políticamente de izquierda, afirmaba que la inocencia adolescente que debía defender a los muchachos ante el sexo era solo “una invención de los burgueses del primer capitalismo”.
El artículo de Der Spiegel explica cómo esa entrevista no fue un caso aislado. En los años setenta e incluso en los ochenta, muchas revistas de izquierda sostenían y promovían el sexo con niños. La revista Don, por ejemplo, publicó cinco informes favorables con el título “No somos estupradores de niños”.
De otro lado, en marzo de 1985 el partido político de los verdes aprobó un documento que pedía la legalización del “sexo no violento” entre adultos y menores; e insertaron en un programa para la liberalización de las relaciones sexuales con niños, cláusula que estuvo vigente hasta 1993.
El diario progresista Pflasterstrand, entonces editado por Daniel Cohn-Bendit, más conocido como “Dani el rojo”, también justificaba el sexo con niños.
Volker Beck, que hoy representa a la ciudad de Colonia en el Parlamento, contribuyó en los años ochenta con un ensayo al libro “El complejo pedosexual”, en el que defendía la despenalización del sexo con niños. Se necesitaría entonces a la “madre de todas las feministas alemanas”, Alice Schwarzer, para recordarle a él, desde las columnas de la publicación Frankfurter Allgemeine Zeitung que fue él mismo en 1988 quien promovió “en un texto la despenalización de la pedosexualidad”.
Como ha revelado Franz Walter en Faz, también Dagmar Döring, hasta el 10 de agosto candidata en Wiesbaden por los liberales, escribió en 1980 un ensayo titulado “Peodofilia hoy”, para apoyar el pedido de legalización de las “relaciones entre adultos y menores”.
Esto también se plasmó en un escándalo que se dio en los institutos educativos de izquierda como el “Rote Freiheit”, cuyo objetivo era plasmar “personalidades socialistas”. Su programa educativo preveía, además de las sesiones críticas contra el imperialismo, “sesiones sexuales” desvistiéndose en grupo y la lectura de revistas porno. Muchos fueron los abusos cometidos contra menores allí.
Como resultado de una investigación parlamentaria se supo que el Psychology Institute de la Free University de Berlín había apoyado al centro Libertad Roja e incluso la actual ministra de justicia alemana, la liberal Sabine Leutheusser-Schnarrenberger –una de las más agudas críticas de la Iglesia Católica en el tema de los abusos– hizo parte de la directiva de la Humanistische Union cuando esta organización progresista se batía para liberalizar todos los actos sexuales “consensuados” incluso con menores.
Una periodista del diario de izquierda Tageszeitung ha documentado todo esto en el libro “Activistas pedófilos en los ambientes de izquierda”.
Por otra parte, el 13 de diciembre de 1979, la revista Zitty ilustró un artículo con la imagen de dos cuerpos abrazados, un adulto y un niño, bajo el título: “Amor con los niños. ¿Se puede?”. Además, uno de los best sellers de la época “La revolución de la educación” de 1971, defendía la siguiente teoría: “La deserotización de la vida de familia, desde la prohibición de la vida sexual entre niños y el tabú del incesto, es funcional en relación a la actitud hostil del placer sexual en las escuelas y a la sucesiva sumisión y deshumanización de la vida laboral”.
Asimismo, se abrió asilos en los que se sostenía que los niños tendrían derecho a vivir la sexualidad.
El número 17 de la revista Kursbuch, publicado en 1969 bajo la dirección del niño terrible de la cultura alemana, Hans Magnus Enzensberger, contenía un artículo titulado “Educar a los niños en la común”, en referencia a la casa “común” socialista de Giesebrechtstrasse en Berlín, a la que fueron a vivir tres mujeres, cuatro hombres y dos niños. Además de tener el dinero en cuentas comunes y de no tener puertas en los baños para favorecer la “comunión”, la casa preveía experiencias sexuales con los menores.
Una foto de la revista dirigida por Enzensberger, bajo el título “Amor en el cuarto de los niños” muestra a Nessim y a la niña Grischa desnudos sobre una cama.
Andreas Baader, el jefe histórico del terrorismo rojo alemán, dejó a la hija en una de estas casas comunes. En la novela “Das bleiche Herz der Revolution”, Sophie Dannenberg, que de niña fue enviada a uno de estos institutos no autoritarios, relata las experiencias pedófilas en estos centros símbolo de la izquierda.
También en una prestigiosa escuela ligada a la Unesco hubo abusos sexuales entre los años setenta y ochenta. Se trata de la Odenwald de Heppenheim, conocida por su método pedagógico basado en el “libre desarrollo de cada alumno”. El instituto tenía entre sus alumnos al mismo Daniel Cohn-Bendit, que asistió allí entre 1958 y 1965, a uno de los hijos del expresidente de la República Federal Alemana, Richard von Weizsäcker, Andreas, al hijo de Thomas Mann, Klaus, y a Wolfgang Porsche, hoy a la cabeza de la cabeza de la famosa casa automovilística de la familia del mismo nombre.
Cohn-Bendit publicaría luego “Gran Bazar”, ensayo dedicado a su experiencia en la escuela. En línea con algunas ideas promovidas en el ámbito de los movimientos de contestación de los años sesenta y setenta, algunos pasajes del libro se refieren al “despertar de la sexualidad de los niños” entre uno y seis años: y asume además la posibilidad de relaciones físicas ambiguas.
Cohn-Bendit siempre se ha defendido diciendo que sus afirmaciones eran una “provocación intolerable”, pero que deben considerarse en el contexto de los años setenta cuando apuntaban a “chocar con los burgueses”. Se trataba del liceo de las élites del 68 donde se teorizaba que “enseñar es equivocado” y que “no hay diferencia entre adultos y niños”. Un instituto en el que se verificaron, “al menos desde 1971”, abusos “que superan nuestra capacidad de imaginación” (palabra de la actual directora, Margarita Kaufmann).
Incluso el fundador Paul Geheeb decidió abolir el concepto mismo de educación. “Prefiero no usar las palabras ‘educación’ y ‘educar’ –decía– prefiero hablar de desarrollo humano”. En su opinión los profesores no debían ser educadores sino “amigos” de los niños. Así, el internado de Odenwald se convirtió en la cuna de las ideas radicales de esta época, causando sensación por la promiscuidad entre los alumnos hombres y mujeres (se trataba de una revolución para la época) y por la educación física juntos y desnudos de niños y niñas.
El caso alemán no es aislado en la historia de la izquierda europea. El 26 de enero de 1977, en nombre de la “liberación sexual de los niños”, el diario francés Le Monde, faro de la izquierda, publicó una petición para bajar la mayoría de edad sexual a doce años, una suerte de legitimización ideológica de la pedofilia adolescente.
Entre los firmantes estaba el poeta Louis Aragon, el ilustre semiólogo Roland Barthes, el filósofo marxista más en boga entonces Louis Althusser, los psicoanalistas profetas de lo autónomo Gilles Deleuze y Félix Guattari, la pionera de la psicología infantil Françoise Dolto (“la Montessori de los alpes”), el fundador de Médicos Sin Fronteras, Bernard Kouchner, el futuro ministro de cultura e ícono socialista Jack Lang, el vate del existencialismo Jean-Paul Sartre y su compañera feminista Simone de Beauvoir, además del niño terrible de la literatura francesa, Philippe Sollers. En la práctica, se reunió al entero panteón de la cultura parisina de la segunda mitad del siglo XX.
Como escribió Jean-Claude Guillebaud, periodista del Nouvel Observateur, sobre los años sesenta y la pedofilia: “Estos idiotas exaltaban el permisivismo y la aventura pedófila”. Dos años después, otro diario símbolo de la izquierda, Libération, definía la pedofilia como “una cultura que busca romper la tiranía burguesa que hace del amante de los niños un monstruo de leyenda”.
Siempre en las páginas de Libération y también en 1979 se alabó a Jacques Dugué, pedófilo condenado “por su franqueza en mérito a la sodomía”. Esto lo explica el mismo Dugué en Libération: “Un niño que ama a un adulto sabe muy bien que no puede solo dar y entiende y acepta recibir. Es un acto de amor. Es uno de sus modos de amar y de probarlo”.
Una vez más, el 20 de junio de 1981, Libération publicó un artículo titulado “Abrazos infantiles” en el que se presenta de manera complaciente el testimonio de un pedófilo sobre sus relaciones sexuales con un niño de cinco años.
Luego está el caso del maestro del pensamiento del antihumanismo, Michel Foucault, que sostenía que el niño es “un seductor” que busca el contacto sexual con el adulto. En una entrevista aparecida en Change en 1977 y republicada en “Dits et écrits” (Gallimard), J. P. Faye y otros le hacen algunas preguntas al célebre filósofo: “Una niña de ocho años –dice Faye– es estuprada por un joven agricultor en un granero. Luego vuelve a casa y su padre hace de médico y cardiólogo que se interesa también en Wilhelm Reich: de aquí la contradicción. Ve volver a casa a la hija que no abre más la boca. Se queda completamente muda varios días, tiene fiebre… En pocos días sin embargo, verifica que está herida físicamente. El padre cura la laceración, sutura la herida. Médico y reichiano, ¿hace la denuncia? No. Se limita a hablar con el agricultor, antes de que se vaya. No toma ninguna acción judicial pero el relato prosigue con la descripción de una enorme dificultad física a nivel de la sexualidad más adelante en el tiempo. Algo que es verificable solo casi diez años después. Es muy difícil pensar en algo a nivel jurídico en este caso. No es fácil a nivel de la psique aunque parece más sencillo a nivel del cuerpo”.
La réplica de Foucault: “Todo el problema en el caso de las niñas y también de los niños –porque, legalmente el estupro en el caso de los niños no existe– es el problema del niño que es seducido o que comienza a seducirte. ¿Se puede hacer de legislador ante la siguiente propuesta? ¿Con un niño que consiente, con un niño que no rechaza, se puede tener algún tipo de relación sin que la cosa ingrese en el ámbito legal? El problema tiene que ver con los niños. Hay niños que a los diez años se lanzan sobre un adulto ¿y entonces? Hay niños que consienten”.
Responde Faye: “También los niños entre ellos, pero en esto se cierra los ojos. Sin embargo, cuando un adulto entra en el juego ya no hay más igualdad ni equilibrio entre los descubrimientos y las responsabilidades. Hay una desigualdad… difícil de definir”. Cierra Foucault: “Estaría tentado a decir que, si el niño no rechaza entonces no hay razón alguna para sancionar el hecho, cualquiera que sea. Además, existe también el caso de un adulto que está en relación de autoridad respecto al niño ya sea como padre, como tutor o como profesor o médico. También aquí estaría tentado a decir: no es cierto que de un niño se puede obtener aquello que no quiere realmente a través del efecto de autoridad”.
Como ha explicado la historiadora Anne-Claude Ambroise-Rendu, el discurso según el cual “los niños tienen derecho a la sexualidad” encontró un nicho “a la sombra de los movimientos alternativos de la antipsiquiatría y de la militancia homosexual”. Ese fue el caso de Tony Duvert, escritor francés autor del “Buen sexo ilustrado”, una especie de “manifiesto pedófilo” que reclamaba el derecho de los niños a su propia liberación sexual.
Al final, entre muchos, está el nombre de Alfred Kinsey, el “padre de la revolución sexual occidental”, cuyas investigaciones contribuyeron a cambiar las costumbres y la institución familiar de la sociedad moderna, el moralista que enseñó a los estadounidenses a hablar de sexo y a practicarlo abiertamente, abriendo las puertas al movimiento gay.
Entomólogo pionero, el doctor Kinsey no dudó en legitimar la pedofilia. En su segundo “Informe” hay un párrafo titulado “Contactos en la edad prepúber con adultos masculinos”, en el que se describen relaciones sexuales entre niñas y hombres adultos: “Si la niña no estuviese condicionada por la educación, no es cierto que las aproximaciones sexuales de ese tipo, de los aquellos determinados en estos episodios la turbarían”, escribe Kinsey.
Kinsey también afirma que “es difícil entender por qué razón una niña, a menos que no esté condicionada por la educación, debería turbarse cuando le tocan los genitales o cuando ve los genitales de otras personas o al tener contactos sexuales todavía más específicos. Cuando los niños son puestos en guardia continuamente por los padres y sus maestros ante el contacto con los adultos, y cuando no reciben una explicación sobre la naturaleza exacta de los contactos prohibidos, están listos para manifestarse histéricamente apenas una persona adulta se les acerca o los busca para hablar en la calle, o los acaricia, o les propone hacer algo por ellos, incluso si esa persona no tuviese una intención sexual. Algunos de los expertos más estudiosos de los problemas juveniles han llegado a la convicción de que las reacciones emotivas de los padres, los policías u otros adultos que descubren que el niño ha tenido contactos, pueden turbar al niño más seriamente que los mismos contactos sexuales. La histeria en boga ante las transgresiones sexuales puede influir muy bien en grave medida en la capacidad de los niños de adaptarse sexualmente algunos años después, en el matrimonio”.
Más tarde se sabría que el “Informe Kinsey”, el más famoso estudio sobre el comportamiento sexual humano, estaba basado en las memorias de un pedófilo. Quien lo admitió fue John Bancroft, director del Instituto Kinsey en la Universidad de Indiana (Estados Unidos), quien explicó que los datos del informe estaban basados en las experiencias personales de un maniaco sexual que había abusado de 300 niños y que mantenía un diario preciso sobre sus actividades pedófilas.
Estamos entonces ante los orígenes de la hipocresía de una cultura y de su clase dirigente que ha puesto bajo la inquisición a la Iglesia Católica por los abusos sexuales (reales o presuntos), cuando es esa misma clase la que está en el origen de lo que Roger Scruton definiría como la “pedofilia vicaria” en vigor en las democracias occidentales.
Una experiencia simbolizada por la revista Konkret, la más influyente entre los ambientes intelectuales de izquierda en Alemania, que en diversas ocasiones ha publicado en los años setenta y ochenta imágenes de niñas desnudas con referencias explícitas a la posibilidad del sexo. El director de la revista era Klaus Rainer Röhl, un nombre ilustre de la publicación, además de pareja de Ulrike Meinhof, la célebre valquiria de la sangrienta escalada terrorista realizada contra la Alemania de la postguerra.
Sería la misma hija de ambos, Anja Röhl, quien escribiría en una autobiografía que “uno de los nombres más ilustres que abiertamente difundió la pedofilia fue Klaus Rainer Röhl, mi padre”.
Ulrike fue una despiadada terrorista, el marido un triste ideólogo de la pedofilia y la hija víctima de los abusos realizados por los padres y, también aquí, de la cultura del idealismo fanático y la crueldad originadas en el 68.
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